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La nobleza de Gerardo

A principios de octubre visité a Gerardo Hernández Nordelo en la prisión de Victorville.  

Gerardo, al igual que sus cuatro hermanos de causa, fue condenado sin una sola prueba por el gobierno de EE.UU. El delito de “los Cinco Cubanos” como ya se los conoce en todo el mundo, fue intentar evitar atentados terroristas contra Cuba. 

El encuentro con Gerardo fue nuestro modestísimo homenaje a los 9 años de resistencia de estos hombres y sus familias.  

Las cárceles norteamericanas se destacan por su frialdad, sus sofisticados sistemas de seguridad y el color gris que reina en todas partes. Cerca de la prisión se ve un pequeño poblado rodeado de un cordón de seguridad. Las casas de madera sin habitante alguno están valladas. Pregunto por qué no hay un alma. Me explican que hubo emanaciones de una sustancia tóxica y tuvieron que desalojar el pueblo. La sustancia es peligrosa, existe temor que se expanda si destruyen las viviendas. Las casas vacías le dan una imagen fantasmal al mismo.  

Un camino polvoriento en medio de una especie de desierto precede la llegada a la prisión rodeada de montañas. Varias torres gigantescas con miras telescópicas nos indican que estamos llegando. El complejo donde se encuentran las distintas unidades es una masa compacta totalmente gris de cemento y acero rodeado de gruesos alambres. No hay ventanas.

La alambrada parece irrisoria frente al impenetrable conjunto de edificaciones.  

El enorme águila imperial, la bandera de Estados Unidos y la de California nos indica la entrada a la prisión. Me acompañan en la visita Alicia Jrapko y Bill Hackwell, más que hermanos solidarios, parte de la familia extendida de los Cinco y seres imprescindibles durante estos largos años de resistencia. 

Las reglas del sistema penitenciario norteamericano no permiten que se le lleve al prisionero nada. Ni un dulce, ni una muda de ropa, ni un mínimo recuerdo, yo guardaba mi banderita cubana de tantas manifestaciones y pensé ilusamente que podría llevársela. No puede ingresarse absolutamente nada. Quienes le visitan tampoco pueden llevar consigo siquiera un lápiz. Hasta el bolso con las pertenencias personales hay que dejarlo fuera o guardarlo dentro de una taquilla.  

Solo se puede ingresar con las monedas necesarias para extraer de una máquina el refresco o las galletas que se compartirán durante la visita. Es domingo, hay mujeres y niños que van a visitar a otros prisioneros, la mayoría negros y latinos. Luego de la revisión de rutina donde debemos quitarnos hasta los zapatos, los oficiales nos indican pasar a otra sala.  

En ella hacemos  una pequeña fila donde nos marcan uno a uno, la señal que nos colocan en el antebrazo indica un número que se ve por debajo de la piel con una especie de linterna a láser. Esto me resulta innecesario y abusivo.  

Por mi trabajo en derechos humanos he visitado prisioneros políticos en penales de América Latina y España, esta es la primera vez que un escalofrío me recorre el cuerpo y de inmediato  me aparecen en el inconciente las imágenes de los nazis marcando a los judíos en los campos de concentración.  

Pienso en todo lo que deben soportar las familias cubanas, madres ancianas, mujeres y niñas cuando tienen la dicha que el gobierno norteamericano les otorgue una visa para poder visitarlos. La injusticia de esta causa eriza la piel, Chomsky dice con total razón “este es un caso tan escandaloso que cuesta referirse a ello”. No hay derecho a tanto escarnio. 

El sistema de prisiones norteamericanas tampoco permite a los detenidos recibir sus visitas en un lugar donde exista cierta privacidad, mucho menos al aire libre. La visita debe transcurrir en una sala común totalmente cerrada e iluminada artificialmente donde se pierde la noción del tiempo. La misma está provista de pequeñas mesitas y sillas plásticas, también de color gris. Por supuesto, siempre bajo la vigilancia de varios oficiales que llaman la atención o pueden incluso interrumpir la visita si se toca al prisionero. Solo está permitido darle un abrazo a la llegada y otro a la salida. Tampoco el contacto bis a bis, conyugal o visita íntima con sus esposas.  

Privar al prisionero de afecto es uno de los pilares del sistema penitenciario norteamericano. En Gerardo se aplica al extremo de no permitirle la visita de su esposa. Me pregunto donde está el respeto a los derechos humanos del país que se dice paladín de la democracia. 

Finalmente pasamos a otra sala donde al fin nos reuniremos con Gerardo. De pronto lo vemos allí, con su uniforme color caqui y toda su dignidad a cuestas, firme y grande como las palmas.

La imagen que se me aparece ahora es la de Martí. Y de pronto esa isla pequeña que ilumina el mundo se hace gigante y la relación se invierte, todo el poder desplegado por el imperio se deshace frente a la grandeza del pueblo cubano que representa Gerardo. Y no me importan las fotos, las huellas dactilares, ni el cuño en el antebrazo.    

El largo camino para llegar hasta Victorville me parece un segundo. La sala donde transcurre la visita se llena de luz cuando lo vemos allí. Gerardo nos abraza y nos dice "al fin llegaron!" con esa gracia cubanísima que lo caracteriza y jamás podrán arrancarle.  

Juro que había prometido no derramar una lágrima, no para fingir fortaleza si no para no regalarle al enemigo el más mínimo sentimiento. Pero no pude evitar que rodaran cuando comencé a trasmitirle los saludos que me habían dado tantos cubanos y cubanas, tantos niños, tantos viejos, tanto pueblo y los amigos solidarios de todo el mundo.  

Fue como si los tuviera a todos allí,  los pequeños con sus pañoletas jurando ser como el Che, las mujeres y los hombres portando sus rostros en tantas manifestaciones, los combatientes y jubilados a los que he visto llorar de indignación por tanta cárcel injusta, los miembros de las FAR orgullosos de la dignidad de sus Cinco hermanos, los artistas e intelectuales que escriben, cantan, danzan y pintan por ellos, los amigos solidarios que en todos los idiomas gritan Libertad a los Cinco Ya! frente a las sedes del gobierno norteamericano que los mantiene cautivos. Su familia, la entrañable familia de Gerardo a la que dan visa de año en año y los ojos hermosos de su Adriana a la que perversamente el gobierno más poderoso del planeta le impide visitarlo desde hace 9 años.  

Ese gigante que teníamos frente a nosotros, lleno de nobleza y dignidad, tan profundamente humano, fue capaz de ocupar el mayor tiempo de la visita preguntando por su pueblo y los amigos del mundo en lugar de hablar de si mismo y la enorme violación que significa no permitir que su esposa lo visite. 

Pregunto por la comida y las condiciones carcelarias. Ni una queja, es escasa porque a esta altura del año baja el presupuesto, pero todo normal me dice, solo le preocupa la demora que esta teniendo su correspondencia.  

Me pregunta cómo está el pequeño niño de Las Tunas que tiene problemas en sus manitos y les hace llegar constantemente su cariño, me pide que le mande un beso bien grande en nombre de los Cinco. Que le agradezca a María Orquídea, una mujer de Cienfuegos, la trascripción completa de cada  programa de radio de Arleen Rodríguez “Una luz en lo oscuro”, ese programa que les lleva cada domingo un poco del calor cubano a las frías prisiones donde se encuentran detenidos.

En la lejanía donde se encuentra la prisión de Gerardo el programa no puede escucharse, solo tres de los Cinco logran hacerlo, por eso el doble agradecimiento a Orquídea.  

Está ansioso por leer “Desde la Soledad a la Esperanza” recientemente publicado y ver el nuevo sello que acaba de emitirse por ellos en Cuba. Me ruega le haga llegar el cariño y admiración de los Cinco a las Casas de Atención a Combatientes y el Museo Abel Santamaría en el  aniversario 80 del natalicio de Abel.

Un abrazo especial a los trabajadores y periodistas de la radio, prensa y TV cubana y el profundo agradecimiento a los medios alternativos de todo el mundo que tanto están ayudado a multiplicar la verdad.

Gerardo se interesa en detalle por todo, especialmente por la vida cotidiana de su pueblo, por las calles de su Habana. Le brillaban los ojos ante cada respuesta como si lo estuviera viendo.  

Me pide que no olvide enviar sus saludos a los actores de “Jura decir la verdad” y agradecerles la carta que le enviaron. Como buen caricaturista a Gerardo le gustan mucho los programas cómicos, a tal punto que en ocasiones cuando ha llamado a Adriana ella le pone el auricular en el TV para que disfrute un minutito. 

El capitalismo salvaje se siente también dentro de las prisiones, la máquina de la cual debemos adquirir los alimentos no hace descuentos a los detenidos ni a sus visitantes.

Una buena cuota de plusvalía se extrae del trabajo que realizan los dos millones de presos que pueblan las prisiones de Estados Unidos. A los detenidos los explotan igual que en cualquier otra factoría pero les pagan 20 veces menos que a un obrero norteamericano.  

Pregunto a Gerardo qué trabajo realiza allí, la fábrica de la prisión hace la terminación  de piezas para la industria armamentista. El solicitó hacer cualquier otra tarea laboral menos contribuir a la guerra. Gerardo recoge la basura de la prisión de Victorville. 

Un ser como él, educado en las mejores universidades cubanas, de su alto nivel intelectual, de su estatura moral y su enorme nobleza, capaz de haber salvado tantas vidas con su propio sacrificio, sometido a semejante injusticia.  

Y otra vez la emoción nos embargó cuando nos dice que con el mínimo salario de su trabajo compra los sobres para responder a amigos solidarios de todo el mundo.

Todo en Gerardo me sorprendió, desde la atención que presta a cada relato, como alternaba el español e inglés para dialogar con nosotros, la profundidad de su análisis sobre la realidad internacional, el esfuerzo que pone para que cada carta llegue con algo especial a su destinatario, la constante preocupación por saber de su pueblo y la enorme capacidad afectiva que trasmite en medio de la soledad en la que se encuentra. 

 Tiene además el don especial de transformar con una broma el nudo que se nos hizo en la garganta cuando nos dijo al irnos, con las manos puestas en su pecho: “Gracias por todo lo que hacen por los Cinco y nuestro pueblo”… “diles que estoy bien, a todos mándeles un abrazo fuerte, bien fuerte” 

No pudimos evitar la tristeza al salir de la prisión, no es justo encerrar tanta vida por defendernos de la muerte. Ahora puedo imaginar mejor lo que sienten las madres, esposas e hijos cada vez que se despiden. 

Pensé en Gerardo y su sonrisa de hombre puro, en su alma transparente alejada totalmente de esta enorme felonía, en sus hijos que podrían ya estar creciendo si no fuera por esta cárcel injusta, en el enorme valor de infiltrar lo más oscuro y perverso de la mafia cubana-americana de Miami para evitar atentados terroristas contra su pequeña isla, en su familia, su pueblo y su integridad inquebrantable, en esta Cuba libre, soberana y socialista de la que se quieren apoderar pero que no tendrán jamás.  

Gerardo y sus cuatro hermanos son la expresión del hombre nuevo que soñó el Che. Por él y por ellos renovamos nuestro compromiso de luchar sin descanso para que los Cinco regresen a la amada Patria que los vio nacer.

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